A día de hoy España invierte en
torno a un 5% del PIB en Educación. Son más de 51.000 millones de euros al año,
de los cuales el 62,2% se destina a pagar al personal implicado en tan contumaz
labor. Desde 2001, el incremento ha supuesto la suculenta cifra de 22.000
millones más por año. Y sin embargo, ¿dónde están los resultados?
Tan solo ha habido un descenso en abandono escolar de apenas cuatro puntos de 2002 (30,7%) a 2011 (26,5%). La media de la Unión Europea en 2011 era del 13,5%. Es decir, seguimos aún trece puntos por encima del resto de países de nuestro entorno. Se entiende como abandono de los estudios los jóvenes de entre 18 y 24 años que no titulan en Secundaria Obligatoria, o que aun titulando, no prosiguen estudios superiores de Bachillerato o de FP.
Tan solo ha habido un descenso en abandono escolar de apenas cuatro puntos de 2002 (30,7%) a 2011 (26,5%). La media de la Unión Europea en 2011 era del 13,5%. Es decir, seguimos aún trece puntos por encima del resto de países de nuestro entorno. Se entiende como abandono de los estudios los jóvenes de entre 18 y 24 años que no titulan en Secundaria Obligatoria, o que aun titulando, no prosiguen estudios superiores de Bachillerato o de FP.
Las habilidades cognitivas de los
estudiantes españoles son pobres y poco desarrolladas. Su dominio de otras
lenguas, como el Inglés, es pésimo. Y el nivel de lectura (481 en 2009) queda
por debajo de Portugal, Italia y Grecia, aunque por encima de Austria, Israel,
Chile o Luxemburgo. En 2000, nuestro nivel de comprensión lectora era superior
en doce puntos al último registrado por nuestro país.
Los que venimos de planes
antiguos de estudios, estábamos acostumbrados a una clase con más alumnos, pero
también más dispuestos en su mayoría a aprender y aprovechar el tiempo. Se
sabía positivamente a lo que se iba. Desde luego, no a incordiar, molestar o
hacer el tonto. Las familias estaban detrás, muy encima, había voluntad de
superación, y la colaboración con el profesorado y equipo directivo era
estrecha y cómplice. De los padres, uno se quedaba en casa por las tardes para
controlar el progreso de los hijos. Con un solo sueldo, vivían dignamente más
de cuatro personas. El empleo era estable, y la vivienda bastante más asequible
que ahora. El presunto y pretencioso “estado del bienestar” nos ha llevado a
que ni trabajando los dos progenitores, se pueda vivir con holgura ni atender
bien a los hijos. Las familias pierden sus empleos y sus hogares por las
elevadísimas cargas hipotecarias. Los alquileres no están baratos tampoco. La
gente se endeuda cada día. No hay futuro para los jóvenes, que han de mirar a
China o a las antípodas para subsistir de alguna manera. La alternativa es
entrar en las juventudes de algún partido –como antes en las hitlerianas--, y
entonces se hace camino al andar.
Dicen filósofos entendidos, como
José Antonio Marina, que hoy el cerebro de los adolescentes madura tarde y mal.
Quizá la sobreprotección esté llevando a la irresponsabilidad, a no querer
asumir cuanto antes una clara apuesta de futuro. Y tal proyecto pasa por plantearse
tres preguntas básicas: ¿Qué puedo
conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? Los chicos de antes se
educaban para ser hombres, no para seguir siendo niños. Bien es verdad que la
enseñanza solo era obligatoria hasta los catorce años. En 1975 había un 41% de
chicos de dieciséis años escolarizado. Lo que quiere decir que el resto, un
59%, ya estaba aprendiendo a ganarse la vida con esa edad. Existían los
maestros y los aprendices de taller. Quien no quería asistir a la escuela no
era atosigado. Se le dejaba en paz. De ese modo, no perjudicaba a los alumnos
motivados hacia el estudio. El que no titulaba se ponía a trabajar en lo que
fuera, y así se iba ganando un dinero y experiencia, a veces para pasar de un
oficio a otro más digno. Se podía empezar descargando camiones de fruta y con
el tiempo poniendo un puesto de venta y luego una frutería o tienda de
ultramarinos en toda regla. O estibando mercancías en los muelles y después
abriendo un almacén de productos de desguace. O trabajando en una cantera y más
tarde de viajante de comercio. Esta gente joven que apenas había estudiado eran,
no obstante, personas responsables y de provecho, y tomaba conciencia de que era
conveniente que sus hijos se aplicaran y superaran la situación formativa de
los padres. Así la siguiente generación llegaba al Bachillerato, o hasta una
carrera universitaria. Fueron años en los que no escaseaban los empleos, y se
podía empezar pronto a adquirir experiencia laboral. Quien además sabía Inglés,
Francés o Alemán a un nivel medio, o medio-alto, se comía el mundo y llegaba
lejos. Se entraba en una firma, y se ascendía hasta la jubilación. Uno o dos
coches, chalet en la sierra o pisito en Benidorm.
Nuestros jóvenes de hoy no han asimilado la cultura del esfuerzo. Cerca de un 30% de personas de entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan. Están hechos a la sopa boba de lo que caiga en casa. Mejor dicho, de lo que ellos exijan a su familia, que de manera errónea se desvive por tenerlos consentidos y contentos, y por darles cualquier capricho material que se les antoje. Son los “niños del mando a distancia”: deciden el canal que se ve en la tele, y lo que se hace o se dice en el hogar. Programan y reprograman a sus padres, abuelos y hermanos para que congenien con sus pensamientos vacuos de cabezas vacías. Estos chorlitos creen tener resuelto el porvenir a golpe de click, cuando en realidad deambularán por estaciones, cañadas y apeaderos el día que falten sus hacedores, mendigando o algo peor.
Nuestros jóvenes de hoy no han asimilado la cultura del esfuerzo. Cerca de un 30% de personas de entre 15 y 29 años ni estudian ni trabajan. Están hechos a la sopa boba de lo que caiga en casa. Mejor dicho, de lo que ellos exijan a su familia, que de manera errónea se desvive por tenerlos consentidos y contentos, y por darles cualquier capricho material que se les antoje. Son los “niños del mando a distancia”: deciden el canal que se ve en la tele, y lo que se hace o se dice en el hogar. Programan y reprograman a sus padres, abuelos y hermanos para que congenien con sus pensamientos vacuos de cabezas vacías. Estos chorlitos creen tener resuelto el porvenir a golpe de click, cuando en realidad deambularán por estaciones, cañadas y apeaderos el día que falten sus hacedores, mendigando o algo peor.
Si las cosas se presentan oscuras
para quien tiene estudios superiores, imaginemos lo que pinta para el resto: la
náusea o la nada.
Con chavales poco entregados al
duro aprendizaje diario de cada materia, solo cabe una menor ratio de ellos en
cada aula. Y tal medida exige más profesores y más recursos. También una sólida
vocación docente y una preparación en destrezas y habilidades formativas. Hay
que ganarse a los pupilos, hacerles atractiva la asignatura. Saber vender la
mercancía. El King’s College se rige por una selecta criba de docentes:
impecable graduación con doctorado, don de gentes y fuerte empatía hacia los
alumnos, que incluye la probada capacidad de diseñar planes de actividades
complementarias fuera del horario escolar.
Últimamente, se culpa a los
profesores españoles de estar poco cualificados para asumir los nuevos retos
educativos. Poca entrega, parsimonia con los alumnos, anquilosamiento
metodológico. El anatema alcanza a la universidad, ninguna dentro del listado
de las 120 mejores del mundo. Pero, ¡oh, misterio!, a nuestras enfermeras se
las rifan en Francia, Gran Bretaña o Arabia Saudí, y nuestros ingenieros son
requeridos en Alemania, Bélgica, Brasil, Canadá y Holanda. Cuando el río suena, agua lleva. ¡Menuda contradicción de posibles!
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