Raquero (Archivo Javier Ortega)

Raquero (Archivo Javier Ortega)

PRESENTACIÓN DEL BLOG:

"Síguela, que es buena,

síguela, que es mala,

síguela, que tiene

pelos en la cara."




Según Esteban Polidura Gómez, esta coplilla la celebraban los raqueros de Santander a despecho de la contrariada autoridad municipal, allá por 1864, cuando aquel escritor contaba unos doce años, y Pereda daba a la imprenta sus Escenas Montañesas.



Tomo ahora prestado el primer verso para iniciar la singladura de este blog, que debe tener contenidos educativos, relacionados con la Lengua castellana y su Literatura.



Espero que sea del gusto del lector, que en él se propongan enseñanzas motivadoras, útiles y edificantes, y que se nutra de la aportación de todos los interesados en estos temas.



Muchas gracias a todos/-as por hacerle un pelín de caso.



¡Adelante, pasen sin llamar!

domingo, 2 de octubre de 2011

DE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA.


La Educación y la Sanidad son garantías sociales y bienes patrimoniales que todo Estado democrático debe considerar como sus cimientos. El Estado ha de garantizar la calidad de ambas, así como su extensión a todos los niveles de la ciudadanía. No hay, por tanto, que recortar presupuesto para ellas, sino fortalecerlo lo máximo posible. Invertir en Sanidad y en Educación es preparar un futuro mejor para todos.
 Profesores y médicos no deben recibir mimos, pero sí contar con los medios básicos suficientes y gozar de una buena estima social. En España, los galenos no se pueden quejar en cuanto a su sueldo, pero no así los docentes, que ganamos más bien poco (aproximadamente, cuatrocientos euros más que un portero de finca, y lo mismo que un barrendero y que un guardia civil, con perdón). En la Enseñanza Pública, somos funcionarios de primera categoría, pero estamos de los más bajos dentro del escalafón. Y creedme si os digo que buen profesor no lo puede ser cualquiera, pues es un trabajo que exige infinita paciencia, elevadas dosis de concentración, cierto grado de empatía y habilidad para saber transmitir tanto conocimientos como formación en valores. La ética, la moral, el buen juicio y sentido común, la inteligencia emocional, el respeto y colaboración con los demás, son más importantes, incluso, que los contenidos de las asignaturas.

Hoy día, con las nuevas subidas a veinte horas lectivas, un profesor de la pública da clase a cinco grupos de media, si su materia es troncal (Lengua y Matemáticas), y puede llegar a tener entre noventa y ciento diez alumnos. Los docentes de la enseñanza concertada están con veintiséis horas lectivas, jornadas de mañana y tarde, y muchos más grupos. Luego, en verdad, su trabajo es más agotador. Pero, por contra, suelen tener mucho mejor alumnado, de mayor nivel cultural y socioeconómico. Esto es así porque los directores y jefes de estudios se quitan de encima a los alumnos díscolos, rebeldes o con problemas de aprendizaje, derivándolos a los centros públicos. Y, sin embargo, también la enseñanza concertada la pagamos entre todos; luego no debería existir esta segregación, que recuerda a la sufrida por las gentes de color en otras épocas. Pero, no seamos hipócritas: muchos docentes de la Pública llevamos a nuestros hijos a centros concertados. Y hasta algún dirigente sindicalista hay que jalea el clima de huelga y se calla que lleva a su familia a un centro privado. Los colegios concertados (cooperativas o pertenecientes a la Iglesia católica) están haciendo también su buena labor educativa, aunque jueguen con esa ventaja importante que hemos señalado. Muy pocos de ellos cuentan con gabinetes técnicos de orientación y apoyo a alumnos con desfase curricular o con dificultades de aprendizaje. Tampoco las escuelas públicas de Primaria están bien dotadas en este sentido, y por eso hay problemas que no se detectan hasta mucho más tarde, cuando el alumno ya está abocado a un fracaso en Secundaria. Las fuertes restricciones y carencias en los equipos de Orientación Psicopedagógica de los colegios públicos de Primaria no favorecen que un problema emocional o de aprendizaje sea detectado a tiempo. La mayor parte de estos colegios no cuentan con un psicólogo fijo, sino que hay uno para varios centros, con lo que no puede existir un buen seguimiento del alumnado de entre seis y once años.

 
Resulta básico y fundamental el apoyo de las familias. Que haya buena predisposición en casa para el aprendizaje, y que los padres detecten con prontitud las carencias y limitaciones de sus hijos, para pedir ayuda. Los progenitores tienen que saber transmitir una inquietud de responsabilidad a sus hijos, habituándoles al estudio y al esfuerzo desde chiquititos. O esto, o muchos se pierden por el camino, pues nadie nace con ciencia infusa. Hay que aprender a repartirse las horas del tiempo libre, con organización y concierto: espacios para el repaso de materias, y margen para el juego y la diversión. El deporte –la oxigenación muscular y mental-- favorece la concentración, la estrategia y la confianza en uno mismo.

Para que un profesor pueda rendir adecuadamente, y los alumnos lleguen a aprovechar sus clases en toda su extensión, necesita tener pocos grupos y que éstos resulten poco numerosos (no más de quince estudiantes). Lo común es que los grupos que no “desdoblan” (de uno se hacen dos) no bajen de veinticuatro alumnos. En la concertada y privada son incluso más grandes (treinta o treinta y cinco). Por muy buenos que sean estos estudiantes, no pueden recibir una atención tutorial personalizada, lo que repercute negativamente en la calidad de la enseñanza. Los profesores hacemos lo que podemos para ayudar, pues ello entra dentro de nuestra vocación y nos solemos sentir responsables y condescendientes con los alumnos que quieren aprender y observan un comportamiento adecuado. Si tienen dificultades, les ayudamos y alentamos en lo posible, y también intentamos “rescatar” a las ovejas descarriadas y reconducirlas antes de que se pierdan del todo. Un buen profesor intenta no aburrir, hacer amenas las clases, dar adecuadamente la mayor parte del temario, captar la atención y el compromiso de sus pupilos y preocuparse del presente y del futuro de ellos. Así mismo, no descuida los valores, base de la convivencia en sociedad.

Por su parte, los alumnos deben colaborar viendo en su profesor a una autoridad, que no a alguien autoritario. Debe existir firmeza, aunque sin pasarse de la raya. Antiguamente las clases cundían más, porque había un exceso de autoritarismo en ellas: la razón y la verdadera sabiduría siempre la tenía el docente, y a menudo se recurría contra el indómito al castigo físico o a la humillación delante de los compañeros. Este sistema prevalece hoy día aún, con excelentes resultados, en Corea del Sur, que ha adelantado a Finlandia en el informe PISA y ocupa ahora el primer puesto del mundo. Sus estudiantes, sin embargo, no son muy felices, pues el estudio es una obsesión en ellos y apenas tienen tiempo libre para vivir la vida (ese fino hilo que a veces es injustamente corto y escasamente agradecido). En Corea, los profesores son como musas cálidas, y son alabados y venerados por todos los estamentos sociales. Un muchacho coreano se lleva a la cama sus apuntes del día, que repasa con una linterna como un prófugo clandestino. La idea de fracaso es impensable, y existen muchas academias privadas que fortalecen la preparación multidisciplinar tras el horario obligatorio. Ni tanto, ni tan calvo, que España no acaba de despegar de los puestos más bajos de la lista de PISA, porque no existe en ella un modelo educativo universalmente consensuado y que funcione realmente. Nuestras universidades no están entre las mejores doscientas del mundo. ¿No tenemos, acaso, buenos educadores?

Los profesores de la escuela pública tienen que superar diversas fases de un concurso-oposición. Los sindicatos son demasiado proclives a ensalzar la experiencia, el número de años que ha permanecido un aspirante en las aulas, con la tiza. Pero no se debe primar solo eso, porque tampoco hay derecho que a un interino de larga trayectoria le baste con ir a firmar un examen, dejándolo en blanco, para tener asegurado el puesto y jubilarse sin la plaza. De esa manera no se da ninguna oportunidad justa a los nuevos titulados, algunos de ellos muy bien preparados académicamente, pero sin puntos por experiencia. El hecho más dramático en este sentido ocurrió en el curso 1990-91, cuando un pacto entre el Ministerio de Educación –con el Sr. Rubalcaba al frente—y los sindicatos mayoritarios cerró la puerta de acceso, de forma radical e inconsciente, a los jóvenes aspirantes a profesor, en beneficio de interinos de muy larga duración. Entonces, ningún grupo parlamentario ni medio de prensa –con la excepción de COPE—acogió sus reivindicaciones. Fueron años muy duros, en los que cada uno se tuvo que buscar la vida como pudo, hasta que tímidamente volvió a levantarse la barrera de acceso a la función pública docente. El PSOE permitió una enorme contratación de interinos –al abrigo de la fallida LOGSE--, y luego vinieron las prisas por hacer fija a la gente eventual. Algo parecido quieren hacer ahora, defendiendo la omnipresencia del personal contratado temporalmente en el sistema de centros públicos. Se debe recurrir a este personal en la medida en que sea necesario. Desde luego que priman los intereses de los funcionarios en expectativa –con su plaza otorgada--, quienes no tienen la culpa en absoluto de que la Administración no les encuentre destino. Deberían cobrar, mientras, su sueldo íntegro. Muchas de estas personas han tenido que acceder a impartir una materia afín (relacionada con la suya), y a compartir centro hasta completar horario.

Los sindicatos tampoco han denunciado la pobreza legal del sistema educativo. Pretenden suplir ese paupérrimo esqueleto con fuerza humana. Se creen que todo se arregla contratando a más profesores. Pero hay que garantizar una Ley Orgánica de Educación que intensifique los contenidos de los programas, igualando por arriba y no por abajo (como hasta hoy), que institucionalice, ensalce y premie el esfuerzo y el trabajo personal. Se requiere ampliar el Bachillerato, consolidándolo como fase intermedia donde se refuercen los conceptos. Yo y otros hicimos un Bachillerato de tres años, completado con un Curso de Orientación Universitaria, y no nos ha pasado nada; no hemos palmado de ninguna indigestión. Desgraciadamente, no todos tenemos las mismas capacidades –ni aptitudes ni actitudes--, y la idea “progre” de que cualquiera puede y debe estar en la Universidad es marcadamente imposible y falsa. Hay que mejorar otras alternativas para quienes no lleguen a ella en primera instancia (una buena oferta de Formación Profesional de grados medio y superior), así como programas de inserción laboral para todos (incluso para los mismos titulados superiores). En cuanto a los profesores universitarios, se debe acabar con el amiguismo, el enchufismo, el politiqueo y la endogamia a la hora de su selección, valoración de méritos y contratación. Deben cumplir con su horario –que no es muy extenso que se diga--, tomarse las clases y la labor orientadora en serio y preocuparse menos de su ego. Ellos –y todos los demás educadores-- están (estamos) para servir, y no para servirse.

Con el gobierno del Partido Popular, bajo mandato del presidente Aznar, ni se mejoró la Ley de Educación ni se atendió a las necesidades de la escuela pública. Hubo temor a emprender una esperada reforma, cuando era un momento de bonanza económica, merced a la estabilidad de los mercados y a la administración responsable de los dirigentes que tuvimos, que nunca gastaban lo que no se tenía. Bastaba con garantizar el crecimiento de la opción privada y concertada. Mientras que el barco de la gratuita se hundía escorado sin remedio, el iceberg neoliberal no cesaba de crecer. “Ándeme yo caliente, y ríase la gente”, que a aquella escuela privada, de seiscientos euros mensuales, iban los niños de políticos de signo dispar, según un modesto servidor tuvo la oportunidad de comprobar a su debido tiempo, cuando no le contrataron un curso en la pública (y no pasó nada).

Curiosamente, durante la dictadura del general Franco los institutos públicos funcionaban merced a catedráticos republicanos depurados de la Universidad, gente librepensadora, bien preparada, que hizo de centros como el Cardenal Cisneros, el Ramiro de Maeztu y el Beatriz Galindo verdaderos emporios de Cultura. Entonces, la educación pública gozaba de prestigio, justo el que han tirado por el suelo los señores que han gobernado después. ¿Miedo a la capacidad de razonar? Parece que no quisieran sino imponer la vieja máxima del Martín Fierro: “Obedezca el que obedece, y será bueno el que manda”.

Es prioritario que las leyes educativas sean un patrimonio consensuado, y que sean elaboradas bajo la supervisión de los profesionales de la tiza, por educadores con experiencia, y no por psicopedagogos de escaparate. En España, además, se tienden a implantar, como absoluta y prometedora novedad, medidas que han fracasado antes en otros países. A veces, la unión de lo tradicional con lo experimental da resultados positivos. Tenemos ahora las nuevas tecnologías, que representan el presente y el futuro de nuestros chicos, y que debemos incorporar a nuestras aulas, pero con la prudencia de no dejarnos seducir enteramente por ellas; debemos verlas como una herramienta más, eficaz en la medida que se sepan utilizar hábilmente. Los alumnos no deben llegar a creer que situarse ante una pantalla de ordenador es suficiente para asimilar todo lo necesario de un programa curricular. Hay que atender, sobre todo, a las indicaciones del profesor, hay que repasar conceptos, hay que ejercitar procedimientos, hay que poner de uno mismo; en una palabra, hay que esforzarse.
En la Comunidad de Madrid se han dado pasos adelante para fortalecer el sistema educativo: la Ley de Autoridad del Profesor, el programa de escuelas bilingües, el de excelencia para alumnos aventajados (que ha de ser un estímulo para todos: padres, alumnos y educadores). Es un comienzo de agradecer.Los sindicatos que convocan la huelga en la Enseñanza vienen defendiendo a sus liberados, que no pierden un euro a no ser que comuniquen a sus respectivos institutos que se declaran huelguistas. El recorte en liberados sindicales era una necesidad a gritos; había demasiados rascándose la barriga, que son los que en el fondo han quitado los puestos a los interinos al reincorporarse a las clases. Ni más ni menos. Todo el mundo agradece la estabilidad laboral para alimentar a sus familias, y nadie merecería pasar por penurias, pero la interinidad es un servicio con que cuenta la Administración para tapar bajas laborales, no algo sólido. Supongamos que existiera en Educación la alternativa de personal laboral contratado (como en la escuela concertada y privada); serían educadores con contratos por obra y servicio, como sucede en las empresas, y por tanto, susceptibles de no ser renovados, o incluso de ser despedidos, en momentos de crisis. Y al efecto poco cambiaría.

La huelga es un sistema legítimo de protesta, que no obstante no se debe consolidar salvo que se desee regalar dinero a la Administración, y que ésta, encima, se frote las manos. Existen otras fórmulas: la manifestación, la prensa (que da una de cal y otra de arena, y no sabe a quién defender), la huelga a la japonesa… Hay que ganarse el respeto y el apoyo de los padres de los alumnos y del resto de la sociedad, y nunca remar demasiado tiempo contra el viento. Como todo tiene su cara y su cruz, en las marchas y concentraciones lo mismo vale un roto que un descosido: ahí se plantan los radicales del Sindicato de Estudiantes, que van pidiendo --viento en popa y a río revuelto…-- la abolición de la PAU, que deja fuera “a miles de no admitidos”, según ellos, así como un “subsidio indefinido de 1.100 euros al mes para todos los parados hasta encontrar un empleo”; es decir, hasta que a lo mejor uno se canse de mirar al techo en casa y ya se decida, por aburrimiento, a trabajar algo. Hay dinero, pero no se debe regalar sin ciertas condiciones de puro y noble sentido común. Como tampoco hay que dilapidarlo en edificios inútiles y sin terminar, en proyectos faraónicos o innecesarios, o en agujeros negros que ni dejan escapar la silueta del irresponsable. O se recupera y se afianza la seriedad de la clase política y sindical hispana, o esto se va a hacer puñetas como el Ruedo de Valle-Inclán, proa “a Chafarinas con todos y un barreno en el barco que los lleve”.
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